El mundo se va al carajo y el ser humano se lo tiene merecido. Por no saber apreciar lo que tiene, por su desmedida ambición, su egoísmo e incapacidad de reaccionar cuando aún está a tiempo de cambiar las cosas. Da igual que sea a causa de un meteorito, una invasión extraterrestre, el calentamiento global o una epidemia zombie, el caso es que nadie en el universo nos echará de menos. De entre todas las películas que han soñado con el fin de la humanidad hay un filme, aún no estrenado en España, que emociona y pone los pelos de punta sin necesidad de efectos especiales: Perfect Sense.
David Mackenzie, realizador incatalogable que lo mismo hace un thriller extraño (Young Adam) como un vehículo para el lucimiento de Ashton Kutcher (American Playboy), dirige este drama de tintes apocalípticos sobre un chef y una epidemióloga que se conocen y enamoran cuando una epidemia global empieza a privar a la gente de sus percepciones sensoriales. Los síntomas que acompañan a la pérdida de cada sentido son un reflejo de la naturaleza humana, pues es en los momentos críticos cuando sale a la luz tanto lo peor como lo mejor de las personas. Desde el afán de devorar todo lo que encontramos a nuestro paso hasta la toma de conciencia de las cosas que merecen realmente la pena en la vida, pasando por la añoranza de las personas que hemos perdido y que ya no volverán.
Ewan McGregor y Eva Green, ambos dando lo mejor de sí, se acercan el uno al otro mientras el mundo que les rodea se viene abajo, aunque existe un rayo de esperanza en el hecho de que el ser humano sea el animal más adaptable del planeta. Y eso fue lo que consiguió que la película, de exquisita fotografía y banda sonora, me acabara conquistando pese a su solemnidad y a su nada disimulada grandilocuencia, porque nos muestra sin ningún tipo de adoctrinamiento que a pesar de todo lo malo y podrido que tenemos, también somos capaces de sacar lo mejor de nosotros mismos. Nadie es perfecto y, en última instancia, lo único que prevale en el fin de los días es el amor.
8/10
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